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“Hay que superar los malos tragos. La birra continúa y hay que beberla”.
(Anónimo).
Hay veces en esta vida que sufres percibiendo que un mal día, algo que te hace feliz desaparecerá de repente. Ese instante de pérdida para el que no estás prevenido es muy difícil de asimilar. Enfrentarse a la dura realidad de que algo que forma de tu vida diaria, con lo que disfrutas y aplacas otras cuestiones mucho más trascendentales, se esfuma de tu existencia dejando un dulce recuerdo no es tan fácil de digerir como lo eran las miles de latas que he engullido. “Mientras haya una Aurum bien fría, los problemas serán menos problemas”, solía decir, autoengañándome ante la castastrófica situación personal que vivimos.
Se había convertido en un lema vital, en un signo emblemático dentro de esta casa, de todos los que han pasado por aquí y que han catado el néctar propio de este hogar. Los que me conocen bien saben que mi idilio con esta cerveza de marca blanca de los supermercados Eroski va más allá de la fidelidad y la predilección incondicional. Se dice que la tristeza es lo que uno siente al saber quiere algo y que sufre por perderlo. Y esa coyuntura ha llegado si avisar, imponiendo un cruel adiós.
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Ya a finales de 2013, el baquetazo de la crisis anunciaba un derrumbe parcial de la empresa, originada por la pérdida de las aportaciones subordinadas financieras emitidas por Fagor y Eroski, lo que obligó a la cadena de supermercados a tener que cerrar el 38% de sus supermercados; 144 vendidos a DIA por 135,3 millones. Algo que obligó a su red a abogar hacia el franquiciado si quieren poder pagar sus deudas. Desde hace dos días, Salamanca se ha quedado sin Eroskis. Y sus empleados sin trabajo. Además de esa tribulación por este terrible infortunio laboral (que realmente es lo que importa), a nivel personal he sentido un dolor especialmente profundo por la pérdida de mi cerveza favorita, la de todos los días, la que me ha acompañado en los últimos once años.
No estaba preparado para esta pérdida tan drástica. Soy un fulano muy arraigado a costumbres inamovibles y no sobrellevo bien los cambios drásticos. Tendré que hacerme a la idea de este menoscabo y continuar adelante aplicando a mi fervor cervecero una gran capacidad de resiliencia. Es difícil aceptar este nuevo revés que no es más que la metamorfosis siniestra de otros desarreglos mucho más profundos que me afectan en un entorno más terrenal. Cuando abra el frigorífico, ya no reposarán una ristra de Aurums esperándome con esas gélidas gotas para deshacerse y resbalar por su borde metálico, destinadas a proporcionarme ese instante de desconexión con el rostro menos amable del día a día. Cuando mire al cielo, será con otra marca de lúpulo en mi mano, a la que no podré profesar un apego tan especial.
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Cerveza Aurum, has sido una gran consorte que ha iluminado mi alma en los peores trances y tu pérdida emplaza una herida emocional que tardará en curarse. Te echaré de menos, compañera de fatigas, de viajes y de muchas e inolvidables alegrías, celebraciones y brindis sinsentido. Antes o después, nuestros caminos volverán a encontrarse. Hasta entonces… a ver quién te sustituye. Será duro trance. Sólo me queda dar las gracias a la fábrica de Font Salem (Grupo Damm) que ha hecho posible que en la última década, mis sorbos de cerveza se hayan hermanado a la identidad característica de una cebada tan barata y no por ello carente de calidad. Siempre llevaré esta cerveza en mi corazón y en el evocación de mi hígado. Es un día de duelo, un periplo que tardaré en superar y que nunca olvidaré.
¡Hasta la próxima, amiga Aurum!