
“Remember, remember the 5th of November, the gun powder treason and plot. I know of no reason why the gun powder treason should ever be forgot”.
Vivimos tiempos procelosos, salpicados por la corrupción que abandera la total ausencia de valores políticos, reflejo de un modelo de vida que se ha quedado vacío de moral y ética y escupe de forma despótica al ciudadano, sumergido en una crisis creada por esos mismos buitres que han basado su poder en el engaño, la ineptitud y la mentira. La institucionalidad ha ido en detrimento de los valores básicos de la restauración democrática, que no es más que un arma de doble filo que únicamente alimenta y promueve los intereses de la vieja oligarquía, manipuladora y cínica, abanderada por una clase política a la que podríamos tildar de panda de babosos que gobiernan incapaces de transmitir cualquier plan para solventar los problemas de los ciudadanos, con decisiones más cercanas al absurdo que a la sensatez.
El descrédito de esta clase ha establecido un modelo impune que genera desconfianza e incredibilidad de la ciudadanía hacia este tipo de instituciones democráticas que los gobernantes se han encargado de ir infectando con su cáncer social de intereses propios. Estamos ante una época corroída por la inoperancia de aquellos que se lavan las manos ante sus execrables acciones para seguir manchándoselas sin ningún tipo de prejuicio con más dinero público mientras la gente empieza a pasar hambre. Y, mientras, parece que todos miramos hacia otro lado, indignados, sí, pero sin velar frente a la expansión y mal uso del poder estatal, sin reivindicar el sometimiento de las instituciones públicas al pueblo soberano, cuyas libertades deberían ser respetadas y salvaguardadas más allá de cualquier interés. La conciencia colectiva permanece idiotizada, amedrentada por todo lo que está pasando, menospreciada ante los gritos y las quejas silenciosas que parecen no ser suficientes. Las pancartas y los lamentos no tienen efecto. De hecho, ya se empieza el camino para implantar la supresión de libertad de expresión con la temida ‘Ley Mordaza’. Y aquí, en este punto, es en el que comienza la distopía a la que vamos de cabeza.

Guy Fawkes fue un tipo que en 1605 declaró su férrea intención de volar por los aires el Parlamento Británico para acabar con las persecuciones religiosas mediante la colocación estratégica de varios barriles de pólvora. Su intención era eliminar de la ecuación política al Rey Jacobo I y al resto de los miembros de la Cámara de los Lores por sus medidas de represión hacia los católicos. Le ayudaron Ambrose Rookwood, Francisco Tresham y Sir Everard Digby. No funcionó y el rebelde Fawkes fue detenido. Aún así, se negó a confesar y denunciar a sus cómplices, muriendo ahorcado públicamente. Hoy en día, el trasfondo místico ha quedado en un segundo plano, como casi siempre. La tradición vigente se celebra como el día en el que los británicos salen a la calle a disfrutar de los fuegos artificiales más espectaculares del año y en el que durante la ‘bonfire night’, es decir, la noche de las hogueras, se queman efigies del célebre conspirador y de protagonistas contemporáneos, acto en el que se esconde una visión subrepticia de austeridad y condena abrupta con respecto a la clase política.
Cada vez vivimos más sometidos a las disposiciones que se dictan desde los despachos de los gobernantes, independientemente del partido que sea. Todos representan esa corrompida defecación de fétida raigambre. La tétrica abolición de la equidad y libertad, que se dispone en pequeños fragmentos que claudican fugazmente ante las normas, se está disipando hacia una limitación represiva, soterrada y silenciosa. Es el propósito de esta calaña de sinvergüenzas. Aprovechando este 5 de noviembre, deberíamos apelar al espíritu de la celebración británica de la Noche de Guy Fawkes.

La tortura, la persecución y la sangre de las dictaduras han sido sustituidas por el desempleo, el capitalismo autoritario y la indeterminación de iniciativas derruidas por la imposición de los nuevos tiempos económicos y por la clase política. La democracia de nuestros días se limita a robarle al ciudadano, a malversarle con argucias legalizadas hacia el beneficio de los poderosos, de aquellos a los que la crisis es un problema ajeno. El pueblo ha pasado a ser un peón, un elemento utilitario. Fawkes incentivó la idea de recurrir a la disidencia. Vivimos tiempos en los que el significado original de la palabra político ha quedado muy lejos de simbolizar un servidor público. Ahora es algo diametralmente opuesto. Los privilegios de sus cargos son los que ciegan con la codicia de un estatus seguro y sin obstáculos para subsistir con todo tipo de lujos, estafas y fraudes como las conocidas ‘tarjetas black’ o el incesante apogeo de la corrupción de los grandes partidos.
La ineficacia para solucionar problemas se ha convertido en un pesado lastre encubierto con mentiras, falsedad y engaños. No existen soluciones reales a los problemas que asolan a la sociedad. Los organismos del estado se establecieron para diversificar los diversos poderes; el legislativo, el ejecutivo y el judicial (que, al fin y al cabo, es el menos influyente puesto que desgraciadamente está sometido al antojo de los anteriores). Hoy el gran poder es el económico, el que absorbe y erosiona las bases del mundo. El responsable de que los diferentes órganos sean capaces de abstraerse de su influencia. Los bienes públicos sirven para enmendar los errores privados. A eso hemos llegado. Robándole la frase a la artista Teresa Margolles: “Ya basta, hijos de puta”.

Por eso la figura de Fawkes y el fondo del espíritu revolucionario de ‘V de Vendetta’ de Alan Moore y David Lloyd o en su extrema adaptación cinematográfica, podría servir como proclama de acción y reacción, de admonición desafiante a futuras instituciones de coerción y autoridad, hacia las tiranías que intervienen en las economías privadas e internacionales, recordando, en palabras de David Hume, que todos los regímenes tiránicos se sustentan, en última instancia, sobre la aceptación mayoritaria. Es lo que sucede en estos momentos. Hay que salvaguardarse contra los gobiernos obsesionados por la falsa seguridad y que se guardan las espaldas entre partidos opuestos. Hay que ir contra estos regímenes que acaban utilizando el miedo como arma para erradicar la libertad y oprimen la autonomía individual. Hay que luchar, por ende, contra la ignorancia, la desidia intelectual, la inconsciencia social, el automatismo o la irreflexión.
Hay que eliminar la propaganda política que pretende utilizar al pueblo para oscuros intereses. Es importante alzar la voz, con feroz crítica, en oposición a los regímenes que rayan el imperialismo, si hace falta favoreciendo posturas radicales como la de Fawkes si la autoridad olvida sus principios básicos de amparar a la sociedad. Una acción como la de este antihéroe enmascarado, un individuo que luchó por un discurso honesto y lícito de rebeldía, pasaría a ser la hazaña simbólica de un ideal que cobraría vida como detonante para que la población descubra el valor de la libertad. Las demás alternativas, unificadas en otra postura política de promesas ilusorias, no son más que el génesis de un nuevo ciclo encaminado hacia un peligroso bucle. Tal vez habría que pensar en un golpe de efecto distinto encauzado hacia la búsqueda de una arriesgada propuesta que encontrara la destrucción de los símbolos políticos y estatales y cuyo propósito final fuera el de movilizar a la sociedad y recordar al colectivo, a la gran masa que somos todos, que los ciudadanos somos los auténticos y únicos preceptores de nuestro destino.