Fiesta, jarana, algaraza y una buena cuota de zambra como evasiva para no trabajar. Absentismo español por excelencia elevado a la categoría de costumbre. Hoy se celebra en Salamanca un extraño gaudeamus bajo la denominación de Lunes de Aguas.¿Qué es el Lunes de aguas? os preguntaréis algunos. Pues se trata de una celebración pagana (como no podía ser de otro modo) cuyas raíces históricas se encuentran en el siglo XVI y que actualmente se presenta convertida como fiesta única y exclusiva de esta bella ciudad charra.
El 12 de noviembre de 1543 Felipe II, con tan sólo dieciséis años, llegó a Salamanca para a desposarse con la princesa María de Portugal. En esta celebración católica y austera, la ciudad aprovechó el enlace y sus celebraciones de un modo excedente, llegando al cúlmen de la bacanal, el ocio y la diversión sin límites, dándose cita una plétora de vicios en la ciudad del Tormes en aquellos días posteriores. Fue entonces cuando Felipe II comprobó que la ciudad luminaria del cristianismo europeo, el dogma y la palabra se había convertido también el mayor burdel de Europa y la Sodoma y Gomorra occidental. En aquellos tiempos, además de las escuelas mayores, las bibliotecas, los patios de lectura y el ambiente cultural y académico que ha caracterizado al orbe salmantino desde tiempos immemoriales, coexistían insanas tabernas, bares de beodos sin cierre, lujuriosas casas de putas y un submundo de amancebamiento de toda índole. Un tiempo de ocultistas, buhoneros y feriantes, lavanderas, amas de llaves, ciegos enviciados, alcahuetas, de estudiantes noctámbulos, de ricos herederos y, por encima de todos, el mejor foco de prostitución del país.
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Ante tanto libertinaje e impudicia, el estirado Felipe II dictó unas ordenanzas según las cuales las libidinosas mujeres públicas de moral distraída que habitaban en la Casa de Mancebía de Salamanca, debían ser trasladadas, durante la Cuaresma, fuera de los confines de la ciudad. A partir del Miércoles de Ceniza, las prostitutas eran obligadas a abandonar su residencia habitual y reasentadas al otro lado del Tormes. El Padre Putas, un clérigo muy famoso en la ciudad por su inmoralidad irreverente, era el encargado de amparar, custodiar y atender a estas mujeres de vida alegre, siendo el responsable de éstas. A partir de este edicto, las prostitutas de Salamanca dejaban la ciudad antes de comenzar el período del tiempo litúrgico de recogimiento y desaparecían de manera temporal, recogiéndose en algún lugar al otro lado del río. Pasada la Semana Santa, y con ella el periodo establecido, las rameras volvían a la ciudad una semana después de la celebración del lunes de Pascua. Este mítico día era una jornada de expectación por parte de la ciudad, que comenzó a celebrarlo como una tradición arraigada a la ciudad, ya que los estudiantes disponían una fiesta descomunal, en la que el alcohol en sus diversas variantes y la alegría que éste produce en el cuerpo hacían que todos salieran a recibirlas a la ribera del Tormes con gran júbilo y ansias carnales inhibidas durante las prohibiciones impuestas por la Iglesia. El Padre Putas (que se llamaba Lucas y que actualmente se ha convertido en el cabezudo más célebre de las fiestas charras) era el encargado de concertar el momento del advenimiento lúbrico y lascivo entre los estudiantes y las doctoras de la cátedra del placer.
Lo más insólito y significativo de todo el proceso es que, en cuanto llegaban las meretrices exiliadas, el descontrol, derivado del éxtasis etílico junto a la liviandad carnal y el sexo sin control, hacía que los estudiantes acometieran ‘in situ’ todo lo que sus cohibidos instintos necesitaban. En efecto, amigos, la celebración abandonaba la modreación y pasaba a ser inmensa orgía (con ‘gang bangs’ y ‘bukakes’ incluidos) a orillas del río Tormes que culminaba con un baño colectivo, todos ebrios, por supuesto.
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Lamentablemente hoy en día no ejercemos esta entrañable y sana costumbre, pero seguimos celebrando el día en comuna, reuniéndonos con amigos y/o familiares, habitualmente en un entorno rural, compartiendo un “día de campo” y comiendo el típico hornazo salmantino, titánico nutriente condimentado a base de huevos, aceite, harina, levadura para la masa y un relleno de jamón, chorizo, lomo adobado y huevos cocidos, una de las exquisiteces tradicionales y exclusivas de esta ciudad que aportan una buena dosis de colesterol y ayuda a atenuar las excesivas ebriedades que se producen en un día como hoy. En definitiva, es una hermosa excusa perfecta para emborracharse y divertirse con los amigos abrazando la paganía y el sacrilegio. Como debe ser.
Y a eso hay que dedicar el día, queridos amigos del Abismo. Como cada año, esta tarde me dispondré a disfrutar uno de esos hornazos como el que aparece en la instantánea superior y que, por primera vez, es de elaboración casera con el sello #REFOgones (esperemos que algún mes pueda ver la luz en forma de blog gastronómico de recetas), que acompañaré engullendo varias cervezas como celebración de una festividad que acarrea el exceso como memoria a esta absurda tradición que no debemos perder.
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