Hoy es el día del libro. Pero no debe ser únicamente una distintiva fecha que recordar en las redes sociales con el 'hastag' #FelizDiadelLibro, un día en el que agasajar de forma simbólica con un ejemplar de la novela más vendida del año, del ‘best seller’ multiventas a la persona querida. No se trata de una obligación o de quedar bien. La lectura conviene disfrutarla por placer, por el simple hecho de deleitarse con las páginas de un buen libro, como el acto de comer, de ir al cine, de yacer o aparearse, catar un vino... en definitiva, contemplar la belleza en sus más variados ámbitos y formas. El reconstituyente vicio cultural con el cual complacerse a través de una propuesta literaria alimenta de palabras la condición humana, fomenta una fructuosa subvención para alcanzar la extraordinaria posibilidad del enriquecimiento, de amplitud y libertad personal.
La lectura, queridos amigos, es un horizonte de diversión, de albor irradiado que nos permite acercarnos poco a poco a mundos imaginarios, a vidas ajenas, a historias heterogéneas, a una mínima erudición frente a la trivialidad de lo consabido, de las extravíos mentales a los que nos sometemos diariamente. Se dice que la persona que no se introduce en la cultura de la letra queda ineludiblemente incomunicada, por eso debemos abrirnos a la lectura para salir del reducto que supone dejarnos llevar por los mensajes manufacturados que llegan cada día a nuestros ojos u oídos. Las letras de la literatura entran en nosotros como un universo que, sin su consorcio, jamás habríamos llegado a descubrir. Las palabras componen la enjundia de la que el raciocinio se abastece. Y son esos vocablos los que vienen engarzados en la original sintaxis de la literatura.
Vivimos en una sociedad donde se está perdiendo la batalla y el respeto hacia la cultura y la literatura a favor de la estética y de la indisciplina, de la necedad y de lo soez, sin elementos realmente interesantes para nuestra vida. Estamos ante una era de ostracismo cultural bastante insatisfactorio en la que tecnología parece estar ganando la batalla a la razón. Cierto es que ya no existe ese país que nació literariamente con el mester de clerecía o la literatura aljamiada, que no hay grandes libros como los surgidos en el novecentismo, la comedia benaventina, el existencialismo o en la poesía social, incluso de la literatura de posguerra, pero sigue perdurando esta tradicional literatura y los nuevos y viejos clásicos foráneos y autores actuales que se merecen nuestra atención. Los libros están ahí, al alcance de nuestra mano. Sólo debemos interesarnos por ellos.
Hay que buscar el placer de leer, de descubrir libros que nos sumerjan en un mundo del que no podamos salir hasta acabarlos. Hay que ejercitar el disfrute de la lectura, sin crear una obligación de hacerlo. Se tiene que revalorizar por la simple delectación, para estimular la imaginación y formar un pensamiento independiente y crítico. Ese es el objetivo.
Y hoy es un buen día para interpelar por ello.