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Cuando asistimos a la final de la conferencia Oeste contra Oklahoma City Thunder casi todos los aficionados al baloncesto NBA intuyeron que esa serie había supuesto la gran final de este año. La remontada del 3-1 en la historia de los playoffs de la NBA convertía al equipo de los récords en la décima franquicia en conseguir tal gesta. Tras el 73-9, estos Golden State Warriors estaban destinados a rubricar su proeza y escribir su leyenda con letras de oro en una final de campeonato donde esos Cleveland Cavaliers de LeBron James, el equipo que había destruido a sus rivales de la Este, venían confiados y sin apenas sufrir contra ningún rival hasta su flamante llegada a este último examen de la temporada.
Los Westbrook, Durant, Ibaka, Adams y Roberson habían fraguado un desafío memorable ante unos San Antonio Spurs fulminaban el récord de victorias en casa del Boston Celtics de 1986 y conseguían su mejor registro histórico (67-15). Gregg Popovic, alabó la pericia de los de Billy Donovan, pero persistió en su crítica al estilo de juego de este equipo destinado a marcar un antes y un después en la mejor liga del mundo. Atribuía esa magia del tiro exterior a una especie de derivación circense, de Globbetrotter. Esta noche todo eso pareció un espejismo.
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El desprecio de “Pop”, de un LeBron (acostumbrado a hacer de menos a sus rivales) o de Westbrook hacia el único jugador en la Historia que ha sido unánimemente elegido como MVP de la liga parecía convocar a los astros para un reto mucho mayor. El récord arrebatado a los legendarios Chicago Bulls enfrentaba a los de Kerr (miembro de aquél equipo de ensueño) a demostrar que la consecución de esa proeza tendría su rúbrica en un anillo que todos daban por hecho. Los Golden State pasaron a la final definiendo su estilo ante un equipo lustroso capaz de esgrimir ese ‘big ball’ con dos interiores utilizando a Adams, Ibaka y Kanter y fundamentando su agresividad anotadora en dos fuera de serie como son Durant y Westbrook.
Y los Thunder casi arrebatan su opción de gloria a esos demiurgos que le han birlado el concepto de “mejor equipo de la Historia” a Michael Jordan, Scottie Pippen, Dennis Rodman, Phil Jackson…. Y Steve Kerr. Esa final de conferencia había marcado la que ha sido una serie para el recuerdo por parte de estos imparable Warriors capitaneados por los ‘splash’ brothers Stephen Curry y Klay Thompson. Eso sí, se ha visto que lo mejor estaba por llegar.
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Comienzo de serie arrollador
Los Cavs del siempre autodenominado “The King” habían barrido a sus rivales con la oposición de unos Raptors que disputaron nada menos que quince encuentros durante la fase final y cayeron ante un equipo que volvía un año después a procurar su primer campeonato bajo el mandato de esa estrella multitarea que es LeBron. Tyronn Lue, que sustituyó al israelí David Blatt a mitad de temporada por obra y gracia de un destino sinsentido, contrarrestó el ‘fit-out & fit –in’ de los Cavaliers con un formato ‘small ball’ que emulaba al de Kerr. En los dos primeros partidos de la serie parecía un ‘sparring’ desdibujado que hacía presagiar un 4-0 o 4-1 para los campeones de 2015. Los Warriors demolieron su estructura colocando un 3-1 que parecía definitivo en esta final.
No obstante, esos Cavaliers reservaban varias sorpresas; fundamentalmente, el juego agresivo en defensa y un juego ofensivo consistente en el movimiento rotacional sin balón y provechando las defensas de Curry contra LeBron para buscar tiros liberados. Sucedió en el tercer partido, en el que los Cavs pasaron por encima de los chicos de la Bahía. Y no fue la primera vez, por supuesto. Ésa constancia evitó la circulación de la bola, pero a su vez provocó que este tipo de jugadas invadieran cada ataque. El factor determinante que hizo que los de Ohio resucitaran en el quinto choque tuvo un nombre propio: Kyrie Irving, cuyos números atribuyeron que el ritmo ofensivo sustentado en él y en el lógico protagonismo de LeBron dinamitaran el juego alegre de los Auckland que, además de ver liberado el colapso defensivo de su oponente, sumó la ausencia de Draymond Green y la lesión de Bogut cuando el equipo empezaba a generar algo de juego.
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Lo de Green siempre quedará como un factor controvertible en esta final. Su sanción de un partido apartado de las pistas ha hecho que los Warriors quedaran expuestos ante el juego de los Cavs, perdiendo un elemento trascendente en el sistema colectivo en una decisión posterior al partido. Su ausencia ha sido clave en esta serie, por encima de la exhibición de cualquier jugador de Cleveland. No obstante, los Warriors dejaron demasiados espacios en rebote, lo que suministró esa renta de 41 puntos de anotación del tándem Irving-LeBron. El formato de ‘extra small ball’ hizo aguas y la conexión con Curry y Thompson ejecutó puntos con el segundo. A Kerr se le desmoronó cualquier experimento de supervivencia y los Cavs les pusieron contra las cuerdas sin aparente resistencia.
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Una final intensa e imprevisible
El regreso Draymond Green en el sexto encuentro no fue suficiente para frenar las expectativas de los Cavs. No funcionó nada, ni siquiera esa jugada que habilita el famoso bloqueo directo entre Curry y el 23 de los Warriors más allá del perímetro para que el MVP acomodara su letal muñeca creando él mismo una pantalla sobre el rival o buscando el pase para dejar espacio a Green para buscar canasta o una asistencia fácil. El contraste de juegos defensivos, de la dinamización de la ‘death lineup’ de los Warriors no fue suficiente y fue un extraordinario LeBron sometió con su poder a los campeones con 42 puntos, 8 rebotes y 11 asistencias, permitiéndose otra de sus habituales demostraciones de engreimiento altivo al hacer un tapón a Curry y desafiarle de forma chulesca con la mirada, despreciando al contrario como suele hacer en estos partidos de gran alcance mediático.
No es nada nuevo. Ya lo hizo en el tercer partido. La polémica de las faltas al MVP marcó que Curry perdiera los nervios y se fuera del campo expulsado, la primera vez en su carrera. No hubo desajuste de líneas sin exprimir el ‘small ball’ para restar recursos a los de Leu, ni Love ni Irving aparecieron. Con Tristan Thompson y un sobrenatural “King” había sido suficiente. Los Cavs habían llegado vivos y con opciones al último partido, el séptimo, contra todo pronóstico.
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Anoche, Green (32 puntos, 15 rebotes, 9 asistencias, 6/8 en triples) parecía tocado por la varita mágica de la providencia y su presencia hizo creer que el récord histórico tendría esa guinda que muchos intuían. Ningún equipo había perdido un séptimo partido después de liderar una serie final 3-1. Cleveland había conseguido convertirse en el tercer equipo de la historia de las finales en forzar ese séptimo encuentro tras los New York Knicks de 1951 y los Lakers del 1966. Pero Oracle Arena era el peor escenario para lograr la machada ante un equipo cuyo entrenador no había perdido tres partidos seguidos en sus dos años al frente de ese equipo supersónico que han sido estos Warriors que, por si fuera poco, tenían a favor los números estadísticos de una eliminatoria que se ponía de su lado.
No obstante, la portentosa actuación del 23 de los locales no encontró a sus dos máximas estrellas. Tanto Stephen Curry como Klay Thompson diluyeron su célebre efectividad en una apatía que sólo refulgió a fogonazos dentro de un equipo lastrado por la ausencia de Bogut y donde Varejao y Ezeli perjudicaron los intereses de su equipo. Irving volvió a estar a un nivel excepcional y Kevin Love, discreto en el último y definitivo ‘round’, aportó rebotes fundamentales en el devenir del campeonato y con un JR Smith al que le bastan dos triples complicados para insuflar aire a su equipo en los peores momentos. Tampoco hizo falta una zona dominada un Tristan Thompson desaparecido, pero tan vital en las tres victorias anteriores de los Cavs. Dellavedova ni jugó y Shumpert enchufó alguna canasta importante. El sistema vertical ofensivo de LeBron y los suyos iban mellando las tímidas acometidas de unos Warriors que no transmitieron la certeza de un triunfo final más que en pinceladas y brochazos contrarrestados por la insistencia de los Cavs en aguarles la fiesta.
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El demiurgo físico del baloncesto moderno fue inscribiendo su nombre como patrimonio estructural de un sistema ofensivo que se ha revelado imparable. El de un equipo capaz de convertir un simple partido de baloncesto en una demostración de fuerza para suscribir esa ambición capaz de menospreciar al rival con miradas, gestos y aspavientos siempre a favor de su causa. LeBron era el primer jugador en lograr un Triple Doble en el S.XXI en unas finales con 27 puntos, 11 rebotes y 11 asistencias. Eso sí, con una renta de 9/24 en tiros de campo. Suficientes para derribar al coloso de los récords, otorgando a los Cavs un título deportivo en las grandes ligas para la ciudad de Cleveland, ciudad que lleva 52 años de sequía sin lograr una gesta después de que los Browns se hicieran con la Superbowl en 1964.
Las lágrimas del 23 de Akron, tan impostadas como producto de un estudio de marketing que imita a otros modelos baloncestísticos, encajaban un ‘knock out’ a los Warriors que les ha dejado fuera del Olimpo.LeBron tiene su tercer anillo en siete finales. Un campeonato que, ante la insaciable pretensión de grandeza del jugador mejor pagado de la NBA, se antoja una conquista muy exigua si se le compara a auténticos dioses del deporte de la canasta como Bill Russell, Sam Jones, Tom Heinsohn, K. C. Jones, Kareem Abdul-Jabbar o referentes más contemporáneos como Magic Johnson, Michael Jordan o Kobe Bryant.
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Nadie le va negar su condición de MVP en estas finales. Lo que está claro es que, como él mismo ha dejado patente con muchos de sus compañeros y rivales, la indiferencia a sus logros y alabanzas a su juego pueden volverse en contra cuando consigue títulos. Y para muchos, eso sucedió anoche. Su leyenda contra los Warriors es merecida y su actuación en estas finales ha convertido a los Cavs en el primer equipo que remonta un 3-1 adverso en una final. Sin desmerecer la brillante consecución del anillo, se recordará cómo un equipo con un récord de 73-9 perdió un campeonato liderando la serie con tanta ventaja. Sí, en la memoria estará presente “El Rey”, “El elegido”, esos sobrenombres que especifican la condición soberbia de un jugador diferente. Aunque eso… es otra historia.
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El equipo de los récords… ¿para qué?
Mucho se había hablado de aquélla camiseta de Scottie Pippen que lució durante los Playoffs de 1995 en la conquista de aquel 72-10 que encumbró a los Bulls como uno de los mejores equipos de la Historia. “Don't mean a thing without the ring shirt (Nada tiene sentido sin el anillo)”. Era la sombra alargada de estos Golden State. Los pupilos de Phil Jackson pasaron a la final arrasando en la final de Conferencia a Orlando Magic (4-0) y llevándose aquel sexto anillo de la franquicia ante los Seattle Supersonics (4-2). Los Bulls de aquel año consiguieron 87 triunfos en una temporada, sumando los playoffs. Nunca antes se había acercado alguien ni atrevido a superarles. Golden State se ha quedado en 88 victorias con otro récord superado, el enésimo en esta temporada, pero finalmente no ha podido levantar ese codiciado Trofeo Larry O'Brien con la victoria número 89. Muchos derivarán la culpa de esta desastrosa derrota a la obsesión por batir a aquellos Bulls y al sobreesfuerzo físico durante la temporada regular que se han exigido para alcanzarlo. Aunque lo cierto es que, como gran equipo, la franquicia no ha estado a la altura en su recta final.
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Kerr, gestor de egos, sabedor que en la administración personal dentro del vestuario ha sido clave para un colectivo que juega en equipo y han demostrado cómo y cuánto se necesitan unos a otros para funcionar. Los Warriors han estado a punto de coronarse como el mejor equipo de la Historia. Han expuesto un juego basado en la sutileza, en la agilidad ofensiva marcada por los tiradores, asumiendo un manejo de lo táctico y haciendo que la comentada motivación colectiva sea la esencia de un equipo con una lectura de juego que va más allá de las posibilidades abiertas a la grandeza no escrita dentro de este deporte ¿Ha sido suficiente? Si desatendemos el resultado final de esta final, no hay duda.
De nuevo, la adopción de estrategias basadas en análisis, la interacción del equipo, ajeno a estrellas como Curry, Green o Thompson, se han visto favorecidas por la circulación de balón con precisión ofensiva que responde a algo tan simple como el “acción-reacción” desde su base, desde que el balón sale de sus manos hasta que encauza su acción a canasta; bien sea desde ese perímetro donde suena “CHOF” (en palabras de Guillermo Martínez) o desde dentro de la pintura. Los Warriors han definido su grandeza en el control de la bola sobre el contrario, dejándole respirar y atisbando sus puntos débiles. Menos en los cuatro partidos que han perdido en este mes.
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Su juego productivo con el poder del tiro exterior ha respirado grandeza en cada tiro estratosférico, buscado y estudiado desde un prisma de praxis en el que sus lanzadores destructivos no han sido suficientes porque esa tónica se ha ido licuando con la presión del favorito, anulando sus recursos cuando un par de factores han desaparecido de la pizarra (en especial, un Bogut mucho más trascendente de lo que se pensaba). Ahí está la clave de esta derrota de los Warriors. Su verticalidad apresurada, sintetizada en un ritmo de alto nivel, donde la versatilidad anotadora era el mejor arma ante el rival al contraataque, no ha funcionado.
Estos Warriors que han logrado lo inimaginable con esa pizarra, estrategia y arquitectura de juego de un Kerr secundado por Luke Walton, Ron Adams o Jarron Collins, hombres que creen religiosamente en jugadas de ‘pick & roll’ frontal que delimitan espacios a sus rivales y aprovechan el dinamismo de ataque en el trance ofensivo, han visto cómo su búsqueda del límite físico y la racha de unos tiradores superdotados no hayan sido capaces de desgastar moralmente a los Cavs en los últimos partidos, haciendo que un equipo con parciales de recuperación que fácilmente reflejan 10-0 en menos de dos minutos no se haya recuperado a las embestidas de LeBron y sus secuaces. Eso y que Leu ha sabido mover a la perfección sus peones para frenar con éxito a esos héroes llamados a escribir la página de oro en los fastos de la liga.
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El reinado de James
LeBron ha sido determinante y el mejor jugador de una final en la que las estrellas de los favoritos se han ido apagando con cada partido. Su PER (Player Efficiency Rating) en estas finales es uno de los más altos que se recuerdan, liderando cada una de las parcelas estadísticas del juego. Su exhibición ha sido muy apabullante y su recompensa, además del anillo, es haberse transformado en el quinto jugador que logra al menos tres anillos y tres MVP’s de las Finales tras Michael Jordan (6), Shaquille O’Neal (3), Tim Duncan (3) y Magic Johnson (3). LeBron se fue por dinero a Miami a ganar por títulos. Regresó por más dinero y dos anillos en sus dedos con la promesa de conseguir un título con el equipo que una vez que abandonó. Hoy nadie recuerda cómo aquélla ciudad le odió y quemó camisetas en sus calles. Anoche, aquello estaba olvidado. El 23 había cumplido su promesa y Cleveland vuelve a adorar a su hijo pródigo porque les ha devuelto la gloria deportiva.
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La épica de la final superó cualquier expectativa. Sin ser un partido brillante, a falta de un minuto el resultado era de 89-89 (el cómputo global de los siete partidos era idéntico: 699-699). Nadie en las dos franquicias parecía querer el anillo o todo lo contrario. Casi cuatro minutos pasaron para un equipo anotara. Apareció Kyrie Irving para meter la canasta que dio la victoria a los de Ohio con un triple ante Curry que desapareció sin sus triples imposibles, perdiendo balones y sin ningún recurso de leyenda. Ni Iguodala, ni Thompson, ni Barnes, ni Livingston… Las ganas de pasar a la Historia se difuminaron en ese miedo a perder que acabó dejándose someter por la presión. La ausencia de referencias interiores (aunque en momentos puntuales sean imprescindibles hombres altos de fiabilidad con el rebote defensivo/ofensivo y grandes pasadores bajo aro) provocó que la apertura de sus referentes buscaran continuos tiros alejados del aro.
Nada funcionó en ese decisivo choque. Ezeli desaparecido, Varejao fuera del partido, los ‘Splash’ Brothers con pequeñas ráfagas insuficientes y siempre bajo la proyección de un Draymond Green soberbio y espectacular. Ese equipo que ha cerrado la temporada con un 73-9, con un registro a domicilio de 34-7, con un porcentaje de tiros de campo elevados a un 56.3%, que ha metido más de 13 triples por encuentro (una locura), con una posesión del balón y con un ataque situado entre los más eficientes de la historia NBA, con un ‘net rating’ de casi 50 puntos apoyado en ese histórico PER de Stephen Curry que le ha equiparado al mísmisimo Michael Jordan y que ha logrado superar la imposible marca de los 402 triples anotados en una sola temporada… Ese equipo sobrenatural, se ha quedado sin título. Y así de dura es la realidad. Habrá más ocasiones de alzarse con el título, pero no de forma tan contundente. Ha sido un fracaso en toda regla. La esperanza no está perdida. Estos Warriors seguirán escribiendo más páginas de oro en las hazañas de la NBA. LeBron, visto lo visto, también. Aunque a saber en qué equipo ¿Cleveland de nuevo? Veremos.